El miércoles santo es un día de reflexión. La procesión, compuesta por un conjunto de imágenes previas a la Pasión, invita a esta visión interior del misterio de Jesús.
Una vez prendido Jesús, Judas llega al monte de los olivos, un lugar que el propio Jesús conocía porque allí se había reunido con sus discípulos. Allí, tras un diálogo entre el Mesías y la guardia, Simón Pedro sacó una espada e hirió en una oreja al siervo del sumo sacerdote llamado Malco. Jesús le pidió que volviera a meter la espada en la vaina.
No menos importantes son las negaciones del propio Simón Pedro. Si antes se había mostrado como un "héroe" sacando la espada de la defensa ahora éste mismo lo negará tres veces.
La cohorte, el tribuno y los judíos prendieron a Jesús en el huerto y atándolo lo llevaron a casa de Anás (suegro de Caifás) el sumo sacerdote.
Al entrar en la casa, Pedro va acompañado de un discípulo que lo reconoce el sumo sacerdote. La portera hizo pasar a Pedro y le preguntó "¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?" Y dijo: "No lo soy"
En el atrio, los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque tenían frío y se calentaban. También Pedro estaba con ellos.
De la casa de Caifás, tras las negaciones, llevaron a Jesús al Pretorio de madrugada. Pilato preguntó a los que le traían el hombre "¿Qué acusación traéis contra este hombre". El rico diálogo entre Pilato y Jesús deja frases como: "Mi Reino no es de este mundo"; "Sí, como dices, soy rey"; "¿Qué es la verdad?.
Al final, Pilato toma a Jesús y lo manda azotar. Los soldados trenzaron una corona de espina, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un mando de púrpura y, acercándose a él, le decían: "Salve, rey de los judíos".
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