Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Jesús, sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra.
La flagelación de Cristo fue un castigo romano de ahí que se administrara cruelmente contra el reo. En el plan de Pilatos, que pretendía salvar a Jesús de la crucifixión (el pueblo judío lo condena), la flagelación pretendía ser un sustituto para la cruel muerte pero al no satisfacer al pueblo se terminó aplicando finalmente la crucifixión.
Probablemente el castigo se realizó siendo atado Jesús a un lugar fijo (una columna, un pilar, etc.) Así, maniatado, el verdugo castigaba con más dureza al reo.
Los soldados llevaron a Jesús al interior del pretorio y allí lo vistieron de púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupían, y doblando las rodillas, se postraban ante él. Se burlaron de él. Después, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y lo sacaron fuera para crucificarle.